Tardes de verano en el
Albaicín, a la sombra del limonero.
¿Recuerdas, Doña
Francisca Gómez de Cárdenas (Paca, para ti, ‒me dijiste‒) las mil fantasías que
inventábamos sobre retazos de historia jugando a, entre medias verdades,
cambiar su rumbo? Lejos iba nuestro delirio, planeando sobre el Paseo de los
Tristes, enfilando hacia la
Alhambra.
Que fresca el agua del
aljibe de tu carmen: geranios, jazmines y un sinfín de verdes. Descanso. Sillas
de enea y abanicos. Tu esposo, alcaide mayor en su tiempo de la fortaleza mora,
sesteaba entre laberintos de sueños. Yo sacaba mi cuadernillo de apuntes y escribía
con avidez. Tú ‒toda discreción‒ mirabas, a hurtadillas, el ir y venir de mi
pluma sobre el papel blanco.
Volveré, te dije, para
revivir la amistad; para hablar en bajito nuevas fantasías moras y volveré,
Paca, para pedirte, por caridad, un pocillo de agua fresca de tu aljibe, a la
sombra del limonero.
Con cariño te mando mi
último apunte de aquellas tardes de siesta en Granada:
MORAYMA, dulce Morayma, la de los negros ojos repletos de oscuridades. La
que ansia los palmerales del paraíso, el olor dulce de los dátiles maduros y el
aroma del desierto ‒harto de vacíos‒ donde únicamente tú eres su oasis.
¡Vete, aya! No trences hoy su pelo moreno. ¡Hoy, no,
aya! ¡Hoy, no! Que esta noche, Morayma, serás la novia de la nada. Vístete con
túnica de seda que muestre, al leve roce, tus hombros, tus brazos, tu talle,
tus caderas. Que el chal de gasa blanca, recamado de perlas, sea el tocado que
oculte tu rostro y tus labios rojo-nazarí. Esta noche no vendrá Boabdil... otro
amante te espera, niña, vestido con sayal negro y guadaña afilada en el carmen,
repleto de verduras y flores, de la
Cuesta de Chapiz.
Aixa - Ahmed - Jusef
No vuelvas la vista
atrás. No, mi dulce niña; no volverás a ver a tus hijos, más amados que los
preciosos rubíes, los collares de perlas finas, los sartales de filigrana de
oro, las turquesas engarzadas en plata y esmaltes...
Aixa - Ahmed - Jusef
¡Un paso más! Sigue,
Morayma, el filo de la luna. ¡Avanza! ¡Más, más! A la derecha, un poco más a la
derecha... ¡Así, así! Sigue un poco más, que tu mano roza ya la almena. Cuanta
soledad... No puede aguantar tu dolor tanta amargura... un paso más y ni los
cien caballos alados del poeta Aliatar, tu padre, podrán protegerte del salto al vacío.
Tu sangre, sobre las losas
del patio, compitió con los finos chorros del agua de la fuente. Fieles
sirvientes lavaron tu cuerpo sin vida, lo cubrieron de alcanfor y lo perfumaron
con almizcle y sustancias aromáticas; cambiaron sedas y tules por áspero
sudario. En Mondújar, junto a los tuyos, mirando a la Meca , en un estricto rito
musulmán ‒observante fiel de tu religión‒ enterraron tu cuerpo.
Ya se ha abierto para ti
el opulento y anunciado paraíso. Entre palmerales, descansa en paz, Morayma:
Última reina Nazarí y única reina de la Alpujarra.