dimarts, 25 de maig del 2010

A TRAVÉS DEL ESPEJO

…en la próxima rotonda tome la primera salida a la derecha, me indicaba la voz metálica del GPS. Esta rotonda interrumpía la interminable recta de una carretera monótona y tediosamente larga. ...a quinientos metros tome el primer desvío ligeramente a la izquierda, habrá llegado a su destino. Tomé obedientemente el primer desvío ligeramente a la izquierda, ¡con los GPS no se juega, porque si te despistas, te la lían!, y al doblar el recodo de la carretera ¡allí estaba ella, esperándome! Hermosa. Grácil. Recortada su imagen en el cielo azul. Vestida de cal y de mar. Coqueteando con el aparecer y el desaparecer entre los árboles, mientras yo avanzaba hacia ella. Detuve el coche unos instantes. No quería dejar escapar la foto que siempre andamos buscando para el recuerdo, pero inmediatamente rechacé el intento. ¿Cómo podría registrar todos los sentimientos que experimenté en aquellos instantes ante tanta belleza? …¡Moguer!, ¡Moguer!, ¿qué aires acarician tus mejillas? ¿quién inyectó en tus venas, a chorros, la luz? ¿quién hechizó tus calles con olores de azahar? ¿qué pájaros prestan sus trinos a los niños que juegan en la Plazuela del Cabildo?
¡Moguer!, ¿quién te ha prendido en mi alma y te ha anclado en mi corazón?

Todo empezó en aquella tibia mañana de Abril, -¡Ay!, calle del Almirante, Plazuela de la Granada, Café de las Vendederas, Bodega de los Rasposos- cuando con la mirada desmayada de tanto ver y descubrir, llegue a tu puerta Juan Ramón Jiménez, Andaluz Universal como gustabas llamarte.

Entrar en tu casa fue entrar en tu vida.

Dentro de diez minutos empezará la visita guiada. Por favor espere aquí; la avisaremos. Eché una ojeada a mi alrededor. Escasos cuadros en las paredes; cristales de colores en la torreta que teñían el aljibe de mármol, en verde, rojo y azul; un espejo grande y sobrio reflejaba las hiedras del patio… y fue allí, a través del espejo, donde te vi tecleando en la máquina unas últimas letras. Me quedé inmóvil. Mirándote. Espiando con avidez los movimientos de tus dedos ágiles. Terminaste. Recogiste los papeles esparcidos sobre la mesa. Levantaste los ojos y al verme noté perplejidad en tu rostro; con un leve ademán me invitaste a entrar hacia donde estabas. Nunca una palabra. Solo el gesto y la mirada. Avancé con respeto; diría, con reverencia. La biblioteca repleta de libros; libros de autores clásicos; libros de autores contemporáneos; de músicos, filósofos, antropólogos; revistas, periódicos y legajos de prensa, unidos con cordoncillos de cuero. En el Ateneo de Sevilla descubriste tu gran vocación: la poesía. Abonaste este campo con la melancolía que caracterizó tu vida. Fuiste niño amante de soledades. Sólo la sonrisa de Zenobia, esposa, compañera y amiga, fue tu guía. En su alegría, su honestidad y su humildad, amaste a los niños, a los pobres a los humildes y por momentos fuiste niño, más niño aún, que aquel chaval que recorría las calles de un pueblo andaluz lleno de flores vivas asomadas a las ventanas y balcones, en arriates o colgadas por las azoteas.
Te habías levantado del sillón. En tu mesa solo quedaba un folio listo para guardar en una de las “Cajas de Vida” donde protegías los textos originales. Me miraste. Dirigiste la mirada hacia el papel y leí:

Soledad y calma;
silencio y grandeza.
La choza del alma
se recoge y reza (…)

Sentí estupor y miedo. Don Juan Ramón ¿con qué derecho irrumpía yo en tu vida?

Tu serena sonrisa me animó. Me ofreciste el brazo y apoyé levemente mi mano en él. Atravesamos lentamente, con tu andar cansino, la cancela del patio de mármol con el aljibe bañado de colores pasados por el sol. Bajamos al patio. Al patio de azucenas, geranios y limoneros, donde los verderoles se recogen de noche en los entramados de madera, en un nido umbrío:

Verde verderol,
¡endulza la puesta de sol! (…)

Y al lado, muy cerquita, el establo de Platero: el que era pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache son duros cual dos escarabajos de cristal negro. (…) y añadías: es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como una piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
- Tien´asero…
Tiene acero. Acero y plata de luna al mismo tiempo (…)

Y come naranjas, mandarinas, uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina miel (…)

Platero tu amigo y confidente, que hasta en esto fuiste niño, te contaba todo lo que inventaba porque tenía una sensibilidad muy especial. Platero no rebuznaba, recitaba en bajito tus versos, ¿recuerdas, Don Juan Ramón?

Subimos de nuevo al piso. Despacio. Mi mano apenas rozando tu brazo sentía el tacto del paño suave de tu chaqueta color marrón. Te miré de reojo; chaleco blanco y corbata de plastrón oro viejo y verde. Sentí dolor y rabia al mismo tiempo. Don Juan Ramón, ¿he venido, como una intrusa, a despertar tu sueño? El tiempo me autorizaba. El tiempo, que tú aún no habías vivido, me autorizaba y me concedía ventaja. Yo sabía como fue tu vida y como fue tu muerte. Tu vida, salto, revolución, naufragio permanente: Moguer, Puerto de Santa María, Moguer, Sevilla, Moguer, Madrid, América…Y en América, Nueva York, Puerto Rico, Cuba, La Florida, Washington, Argentina, Puerto Rico, Maryland, Puerto Rico.
Y en cada viaje, la casa a cuestas, mudanza de todo y pérdida de tanto. Cosas, casas, libros, libros, libros, y sobre todo manuscritos, manuscritos, manuscritos…Y en cada sitio volver a empezar:

Andando, andando,
que quiero oír cada grano
de la arena que voy pisando.

Andando, andando,
dejad atrás los caballos,
que yo quiero llegar tardando
-andando, andando-,
dar mi alma a cada grano
de la tierra que voy pisando.

Andando, andando.

La añoranza de tu patria, tu gente, tu lengua natal; la Universidad, en Estados Unidos, como profesor, junto a Zenobia Camprubí; el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de México; el Premio Nóbel de Literatura en 1956, cerraron tu historia. Pero volviste. Muerto, pero volviste. Volviste a Moguer, junto a tu esposa, al pequeño cementerio vestido de blanco de cal y de azul de mar.

Una leve presión en mi hombro me devolvió a la realidad y sacudió brutalmente mi interior. La visita va a comenzar; diríjanse a la Biblioteca, anunciaron. En el espejo, nada. Sólo se reflejaban, movidas por el vientecillo, las hiedras del patio. Me uní al grupo para la visita. Los libros, el sillón, la máquina de escribir…Todo en orden. En el escrupuloso y frío orden con que se guardan en los museos las vidas que fueron. Sólo una hoja de papel sobre la mesa de trabajo parecía haberse saltado las normas. Me acerqué y leí:

Soledad y calma;
silencio y grandeza.
La choza del alma
se recoge y reza. (…)

¡Estabas ahí! Todo tenía sentido.

Don Juan Ramón Jiménez, Andaluz Universal.

Tú eres la razón por la cual hoy escribo estas letras. Para que los niños pequeños te conozcan. Para que los niños mayores no te olviden.

dimarts, 11 de maig del 2010

Confidència i LA CASA DELS CANTS

Si us dic que m’agrada escriure no és cap novetat. Tots, qui més qui menys, al llarg de la nostra vida i començant possiblement per l’etapa dolça de la joventut, hem deixat escapar unes notes, unes poesies, que potser no s’ajustaven ni a normes ni a pautes, però portaven el desig d’omplir amb paraules el que el cor no sabia o no podia expressar.

Un dia, d’aquests dies que en diem “menys pensats”, vàig sortir de compres amb la Paloma, la meva filla. Sortir de compres vol dir no deixar passar de llarg cap aparador, entrar, preguntar, remenar, provar, anar a berenar i acabar el periple amb alegria i complicitat, s’hagi comprat o no. Anant cap a les Rambles pel carrer de la Canuda vàrem passar per davant de la secretaria de l’Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès. La Paloma em va dir, així de cop i volta, si m’agradava escriure, jo li vaig contestar que sí, que prou que ella ho sabia, i gairebé empenyent-me em va fer entrar dient-me doncs apa! cap a dins i a aprendre a fer-ho bé. Ella és així. Decidida. I així va ser, amb aquest poc romanticisme, com em vaig agafar fort a aquest art i a la disciplina que aquest comporta.

La primera mestra que vaig tenir va ser la reconeguda escriptora Maria Rosa Nogué amb qui vaig estrenar-me fent un curs de narrativa junt amb uns companys que encara ens veiem cada dimecres a l’Ateneu Barcelonès en animada tertúlia literària. La Maria Rosa Nogué ha esdevingut des de llavors una bona amiga per a tots nosaltres que ens orienta i estimula a seguir. Des de fa poc ha publicat la seva última novel•la LA CASA DEL CANTS.

Tot el que em sembla bo per a mi m’agrada compartir-ho. És per això que avui us presento la primícia d’aquesta novel•la a tots els qui llegiu el meu bloc, gent de fina sensibilitat que estimeu la música, els cants i que enteneu bé la nostra terra, perquè sé que en gaudireu si voleu llegir-la. Cliqueu sobre la imatge que segueix i podreu conèixer més sobre l'obra i l'autora.